miércoles, 4 de junio de 2014

LECTURAS PAU

PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX: “SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”, DE MIGUEL DE UNAMUNO

 “SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”, quizá la obra cumbre de la narrativa de Unamuno, fue escrita en 1930, último año de gobierno de Alfonso XIII, uno antes de que se proclamara la 2ª república y el siguiente a la gran depresión que supuso la crisis del 29. Esta obra supone la culminación del arte narrativo de Unamuno, lo que implica
que aparezcan ciertos recursos formales y temáticos utilizados anteriormente por el autor o seleccionados de sus obras..
La narradora, Ángela Carballino, relata la historia de don Manuel Bueno, cura párroco de Valverde de Lucerna, al que adoran sus feligreses. Sin embargo, algunos indicios llevan a pensar a Ángela que su actividad desbordante encubre algo desconocido para ella. Lázaro, hermano de Ángela, regresa de América al pueblo con ideas progresistas y anticlericales que chocan con la doctrina predicada por el párroco, pero poco a poco van dialogando hasta que don Manuel le confiesa su secreto a Lázaro: no tiene fe, no puede creer en la eternidad y finge ante sus fieles para que continúen creyendo. Lázaro confía el secreto a Ángela, finge convertirse y colabora con don Manuel hasta su muerte. Ángela termina su narración cuestionándose acerca del destino de quienes mueren “creyendo no creer”.
Los temas más importantes son: la fe: don Manuel vive frustrado por no poder creer en una vida que perpetúe nuestra existencia y Lázaro se convence de la necesidad de salvar al pueblo por encima de sus ideas ateas; ambos coinciden en la necesidad de preservar la fe de los demás. Ante la verdad trágica y la felicidad ilusoria, don Manuel y Lázaro optan por la segunda, determinada por el convencimiento de que la mentira vital hará al pueblo más feliz que la verdad. El destino del hombre: asunto complicado porque se presenta desde la perspectiva de Ángela, la narradora, y del autor (Unamuno). La primera considera que murieron “creyendo no creer” y Unamuno en el epílogo ratifica al final la opción de la narradora.
Relacionados con los temas están los lugares, que aparecen con valor simbólico: la montaña simboliza la fe, la fortaleza; el lago se interpreta como el vacío tras la muerte; la aldea que se esconde bajo el lago sería la verdad que esconde don Manuel.
De los personajes no aparecen descripciones físicas, pero sus nombres tienen un significado simbólico también: Don Manuel presenta analogías con la figura de Cristo; Ángela desempeña diversas funciones: es narradora, mensajera (porque transmite el mensaje del santo), confidente de don Manuel, testigo de su vida y sus acciones, hija espiritual…; Lázaro de forma progresiva se convierte en discípulo amado de don Manuel, como el Lázaro del Evangelio lo fue de Cristo, pero además resucita, aunque no como creyente, sí a la obra pastoral de Don Manuel y Blasillo, nombre frecuente en el teatro del XVII para el bobo, reproduce de forma caricaturesca ciertos rasgos de don Manuel y, cuando muere, muere él también.
La estructura externa está dividida en veinticinco secuencias: las veinticuatro primeras son la narración de Ángela y la última es una especie de epílogo del autor.
La novela presenta un recurso procedente del Quijote, el del manuscrito encontrado: Unamuno asegura que el relato apareció entre los papeles del protagonista de la novela. Además, Ángela (siguiendo las pautas del narrador del Lazarillo) asegura escribir la historia porque le ha sido solicitada. Se corresponde con la estructura de un libro de memorias que comienza con un “ahora” y termina con el mismo adverbio de tiempo (estructura circular, porque se inicia en un presente al que se regresa). Por lo tanto, el principio y el final están dominados por el presente narrativo mientras que en el cuerpo del relato va avanzando de manera lineal, según los recuerdos de la narradora, que nos introduce así en un modo de vida intrahistórico. Junto a la narración es fundamental el diálogo como vehículo de ideas y medio para exteriorizar los conflictos y dramas íntimos; recurre incluso al diálogo dentro del diálogo, como cuando Lázaro habla con su hermana Ángela y reproduce una conversación con don Manuel. Además, Ángela narra desde diferentes perspectivas: un tono confesional al principio, otro testimonial (porque narra lo visto, lo oído y lo sentido) y un tono participativo porque ella forma parte de esa realidad que nos cuenta.

En cuanto al estilo, está condicionado por el contenido de la novela, por lo que abundan sustantivos abstractos, propios de los temas que se abordan y el lenguaje utilizado, cercano al lenguaje poético, es más culto de lo que se podría esperar de Ángela. Incluso llama la atención a veces la complejidad sintáctica en el lenguaje que ésta emplea, y que prácticamente no varía del que aparece en los diálogos.

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