LECTURAS PAU
PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX: “SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”, DE MIGUEL DE UNAMUNO
“SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”, quizá la obra
cumbre de la narrativa de Unamuno, fue escrita en 1930, último año de gobierno
de Alfonso XIII, uno antes de que se proclamara la 2ª república y el siguiente
a la gran depresión que supuso la crisis del 29. Esta obra supone la
culminación del arte narrativo de Unamuno, lo que implica
que aparezcan ciertos
recursos formales y temáticos utilizados anteriormente por el autor o
seleccionados de sus obras..
La narradora, Ángela
Carballino, relata la historia de don Manuel Bueno, cura párroco de Valverde de
Lucerna, al que adoran sus feligreses. Sin embargo, algunos indicios llevan a
pensar a Ángela que su actividad desbordante encubre algo desconocido para
ella. Lázaro, hermano de Ángela, regresa de América al pueblo con ideas
progresistas y anticlericales que chocan con la doctrina predicada por el
párroco, pero poco a poco van dialogando hasta que don Manuel le confiesa su
secreto a Lázaro: no tiene fe, no puede creer en la eternidad y finge ante sus
fieles para que continúen creyendo. Lázaro confía el secreto a Ángela, finge
convertirse y colabora con don Manuel hasta su muerte. Ángela termina su
narración cuestionándose acerca del destino de quienes mueren “creyendo no
creer”.
Los temas más importantes son: la
fe: don Manuel vive frustrado por no poder creer en una vida que perpetúe
nuestra existencia y Lázaro se convence de la necesidad de salvar al pueblo por
encima de sus ideas ateas; ambos coinciden en la necesidad de preservar la fe
de los demás. Ante la verdad trágica
y la felicidad ilusoria, don Manuel y Lázaro optan por la segunda, determinada
por el convencimiento de que la mentira vital hará al pueblo más feliz que la
verdad. El destino del hombre:
asunto complicado porque se presenta desde la perspectiva de Ángela, la
narradora, y del autor (Unamuno). La primera considera que murieron “creyendo
no creer” y Unamuno en el epílogo ratifica al final la opción de la narradora.
Relacionados con los temas
están los lugares, que aparecen con valor simbólico: la montaña simboliza la
fe, la fortaleza; el lago se interpreta como el vacío tras la muerte; la aldea
que se esconde bajo el lago sería la verdad que esconde don Manuel.
De los personajes no aparecen descripciones físicas, pero sus nombres
tienen un significado simbólico también: Don
Manuel presenta analogías con la figura de Cristo; Ángela desempeña
diversas funciones: es narradora, mensajera
(porque transmite el mensaje del santo), confidente de don Manuel, testigo de
su vida y sus acciones, hija espiritual…; Lázaro
de forma progresiva se convierte en discípulo amado de don Manuel, como el Lázaro
del Evangelio lo fue de Cristo, pero además resucita, aunque no como creyente,
sí a la obra pastoral de Don Manuel y Blasillo, nombre frecuente en el teatro
del XVII para el bobo, reproduce de forma caricaturesca ciertos rasgos de don
Manuel y, cuando muere, muere él también.
La estructura externa está
dividida en veinticinco secuencias: las veinticuatro primeras son la narración
de Ángela y la última es una especie de epílogo del autor.
La novela presenta un
recurso procedente del Quijote, el del manuscrito encontrado: Unamuno asegura
que el relato apareció entre los papeles del protagonista de la novela. Además,
Ángela (siguiendo las pautas del narrador del Lazarillo) asegura escribir la
historia porque le ha sido solicitada. Se corresponde con la estructura de un
libro de memorias que comienza con un “ahora” y termina con el mismo adverbio
de tiempo (estructura circular, porque se inicia en un presente al que se
regresa). Por lo tanto, el principio y el final están dominados por el presente
narrativo mientras que en el cuerpo del relato va avanzando de manera lineal,
según los recuerdos de la narradora, que nos introduce así en un modo de vida
intrahistórico. Junto a la narración es fundamental el diálogo como vehículo de
ideas y medio para exteriorizar los conflictos y dramas íntimos; recurre
incluso al diálogo dentro del diálogo, como cuando Lázaro habla con su hermana
Ángela y reproduce una conversación con don Manuel. Además, Ángela narra desde
diferentes perspectivas: un tono confesional al principio, otro testimonial
(porque narra lo visto, lo oído y lo sentido) y un tono participativo porque
ella forma parte de esa realidad que nos cuenta.
En cuanto al estilo, está condicionado
por el contenido de la novela, por lo que abundan sustantivos abstractos, propios
de los temas que se abordan y el lenguaje utilizado, cercano al lenguaje
poético, es más culto de lo que se podría esperar de Ángela. Incluso llama la
atención a veces la complejidad sintáctica en el lenguaje que ésta emplea, y
que prácticamente no varía del que aparece en los diálogos.
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