miércoles, 4 de junio de 2014

LECTURAS PAU

Siglo XVIII: El sí de las niñas, Leandro Fernández de Moratín

El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, fue escrita en 1801 y estrenada en 1806. A pesar de estar iniciado el siglo XIX, se considera la obra de teatro más representativa de la Ilustración. Este movimiento había nacido en Francia y había predominado en Europa durante todo el siglo XVIII, aunque a España llegó con retraso. Es conocido como el Siglo de las Luces porque
se basa en el predominio de la razón como forma de conocimiento. En España el monarca que mejor representa la Ilustración es Carlos III.

En España el utilitarismo y el afán pedagógico ilustrados provocaron el desarrollo de una literatura didáctica en detrimento de los géneros de ficción. En el teatro triunfa la comedia neoclásica, a la que pertenece esta obra, que es un modelo de las ideas ilustradas porque vuelve al teatro de inspiración clásica, está presidido por el “buen gusto” y por el equilibrio y se somete a las reglas aristotélicas (acción, lugar y tiempo, que no haya más de tres personajes en escena, que no se mezclen personas de diferente clase social), y sirve como ejemplo práctico al espectador.

Las características fundamentales son: combina los preceptos clásicos y la finalidad docente con un tono costumbrista y sentimental (fórmula que fue muy del gusto del público), los protagonistas presentan asuntos de la vida cotidiana y se expresan en un lenguaje fácil de comprender por el público.

El sí de las niñas plantea un problema entonces muy de actualidad: el casamiento desigual y cómo se les enseña a las jóvenes la disimulación y la hipocresía. Pero la pedagogía de la obra no va solo destinada a los hijos, sino también a los padres o tutores, a quienes aconseja no exceder los límites tolerables de la autoridad que les concede la ley. El autor llega a conseguir que la libertad de elección de la niña pueda triunfar sin perjudicar los intereses y autoridad de sus mayores. Don Diego es un hombre de unos 60 años (en el que puede estar reflejado el propio autor) que se ha prometido en matrimonio con una joven de 16, pero que no tendrá inconveniente –como buen ilustrado- en ceder a su sobrino la mano de la niña. Doña Irene es la madre de esa joven y representa el contrapunto de don Diego, porque la razón está ausente de sus decisiones, en las que solo prima la elección del caballero por lo que supone asegurar económicamente el futuro de las dos. Paquita es la chiquilla que ha sido prometida a don Diego, obediente, respetará los deseos de su madre aunque su corazón sea de otra persona. En este personaje es en el que Moratín expone una realidad de la época que enseña a las jóvenes la disimulación y la hipocresía. Don Carlos, sobrino de don Diego y del que está enamorada Paquita, se mostrará fiel y agradecido a su tío y, al conocer la situación, decide abandonar y alejarse de ella para no sufrir. A estos les acompañan sus criados, cierto reflejo suave de aquellos graciosos del siglo de oro.


Son dos los temas principales que se tratan: La imposición paterna en el matrimonio frente al amor entre los jóvenes y la educación recibida (que presenta dos modelos bien distintos, don Carlos, que sacrifica el amor en aras del deber, y doña Paquita, educada para la disimulación). Con respecto al espacio, la comedia se desarrolla en un único escenario, una sala de paso en el primer piso de una posada de Alcalá de Henares a la que dan cuatro paredes de habitaciones y las escaleras que conducen abajo; ese lugar de paso favorece el diálogo y la acción y en él están presentes tanto las confidencias íntimas de los personajes como el mundo exterior a través de las salidas y llegadas. El tiempo dramático abarca desde el atardecer hasta el alba. El transcurso temporal adquiere otra dimensión significativa con el valor simbólico de la luz: la oscuridad que se presenta con el anochecer coincide con la desolación de los jóvenes; la llegada del amanecer marcará los pasos de don Diego para restablecer la racionalidad. El símbolo de la luz (que se opone a las tinieblas) está cargado de significación en una época que lo convierte en divisa identificadora.

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